Elredo de Rieval, El espejo de la Caridad

Yo ya no temo a Dios: lo amo porque el amor perfecto expulsa el temor

“Me parece oportuno advertir que, aunque en la primera visita la dulzura de la suavidad suele mezclarse con el temor, y en la segunda se advierte muchas veces el estímulo del temor unido a la suavidad, sin embargo propiamente hablando en la primera predomina el temor, en la segunda la dulzura del consuelo. Que en la tercera El amor perfecto expulsa el temor. El comienzo de la sabiduría es el temor del Señor, y la plenitud de la sabiduría es el amor del Señor. Se comienza por el temor y se consuma en el amor. Aquí el esfuerzo, allí el premio. Con el temor se sube al amor, pero no se llega a la sabiduría sino por el amor. En efecto, al alma afectada por el temor, espoleada por el dolor, deprimida por la desesperación, sumida en la tristeza y corroída por la acedía, la gota de exquisita suavidad que desciende del bálsamo de ese monte fecundo y rebosante de bienes, se esparce como placidísimo efluvio. Al resplandor de esta radiante luz divina se disuelve toda la niebla de los sentimientos irracionales; ante su exquisito sabor huye toda especie de amargura, el corazón se dilata, el alma se satura y queda dispuesta del modo admirable la capacidad de elevarse. De este modo el temor a expulsa al tedio, y se suaviza con el sabor de la dulzura divina. El temor excita al alma para que no se enfrasque en lo insignificante, y el afecto la alimenta para que no se agote en el trabajo”.

(Elredo de Rieval, El espejo de la Caridad, Libro 2, Cap. 12,  a cargo del P. Silverio, Editorial Monte Carmelo, 2; Burgos 2001, p. 131-132).


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